Si no ahora, ¿Cuándo?

Posteado el sábado a las 1:24 por Sujeto de la Historia

Mundial. Tregua obligada para la política mediatizada, porque la atención anda por otros rumbos. En criollo: no hay la habitual oferta de cámaras.
Pero que las aguas de superficie (las visibles) estén quietas, no implica inmovilidad. Quizá lo novedoso no esté pasando tanto en el ámbito de la políticas partidarias y su show: la multiplicación de “PJ Disidentes” atropellándose por candidatearse, nadie sabe si dentro o fuera del PJ; la pulseada entre ClePto Cobos, ladrón de legitimidad, y Little Richard, que si pretende algún día conducir este país debería dejar de ser “hijo de”; la locura querellante de la alucinada bíblica, y el culebrón de los millonarios despechados; el político con nombre de árbol, pero con alma de planta trepadora, y otros aún menores. El pretendiente al papado y su claque dialoguista.

No. No se trata de ellos. La novedad, la corriente que está sacudiendo esta sociedad es la emergencia de otras cuestiones: la discusión por el aborto, la discusión por el matrimonio entre personas del mismo sexo.

Y también podría decirse, la situación de los hijos, digámoslo así por ahora, irregularmente adoptados, de la viuda de Noble. Como caso testigo, no en tanto una excepción fortuita y aislada de una situación desgraciada.

¿Tendrán algún punto en común ambas cuestiones?

¿Por qué se da todo en este momento, y no en otro?

Una posible primera respuesta pasa por una palabra escrita pocas líneas arriba: emergencia. Metafóricamente podría decirse que algo que estaba sumergido, invisibilizado, emerge, de pronto se hace visible en la superficie.

Existía previamente, pero oculto, por debajo.

¿A qué nos referimos?

El amor, y las parejas del mismo sexo biológico, no son novedosos. Existen desde que hay cultura, es decir, desde que hay división de sexos. El asignarle este reconocimiento legal es, ni más ni menos, respetar sus derechos. Sean éstos del agrado o no de cada quien, los derechos son inalienables.

Análoga situación ocurre con el aborto, al cual absolutamente nadie quiere alentar, sino solamente reglamentar para que, de llegarse a esa situación, no se caiga en el negocio clandestino y mortal de las intervenciones ilegales, o aún las caseras, cuando no hay siquiera con qué pagar la ilegalidad.

Muchos de estos casos terminan en muertes. Muertes absolutamente evitables.

Esto es, la necesidad de adecuar nuestro marco de derecho para regularizar situaciones cotidianamente de hecho. Es decir, la Justicia aportando un ordenamiento.

Estas dos iniciativas han encontrado una oposición casi inquisitorial en ciertas minorías, mayormente –si bien no únicas- ultracatólicas. Suelen sostener, en relación a estos puntos, una verdadera militancia, una suerte de cruzada contra una inmoralidad que los aterra, los espanta.

Suelen declararse personas respetuosas de Dios y sus leyes, solidarias, profesantes del amor a su familia y a su patria, y, por supuesto, a sus instituciones (comenzando por la Santa Iglesia).

Caracteriza a este grupo social una posición económica media y alta; un discurso con tintes republicanos pero fuertemente teñido de xenofobia y racismo (aunque “tengan amigos” …) y, por sobre todas las cosas, un desprecio a las clases social, económica y culturalmente más postergadas.

Cultores del esfuerzo individual, toda asistencia del Estado no puede tener otra finalidad que la compra de lealtades.

En todo caso, para hacer caridad estará la Iglesia, asistiendo a “los pobres”.

Las tradiciones tienen fuerza de ley: la primera de ellas, es que somos el granero del mundo.

Lo interesante es constatar que estas mismas personas son las que suelen, expresándolo en términos clásicos, rasgarse las vestiduras, por el “atropello” y la “vejación” que sufre la familia Noble para determinar la identidad de Marcela y Felipe. De pronto, ese súmmum de la moral cristiana entra en flagrante contradicción; ¿Cómo puede, en nombre de la moral y el respeto, obstaculizar por todos los medios posibles, y aún condenar la búsqueda de la verdad?

Habrá que ver qué es lo que habilita a algunas personas a condenar tan enérgicamente una unión homosexual o un aborto terapéutico y, al mismo tiempo, justificar una posible apropiación de hijos de desaparecidos. ¿Será ésta la tan mencionada defensa de la familia? ¿O quizá sea la obediencia debida al mito de la impunidad de los poderosos? Obediencia debida que colocó hijos de desaparecidos donde quienes regularon el mercado de la muerte también regularon el mercado de las apropiaciones.

Parecería ser, en todo caso, la defensa de un mundo que se derrumba.

Poco a poco van cayendo las ficciones de la regulación social del mercado, del derrame de las sobras de los ricos cayendo sobre los pobres, del rol asistencialista de la Iglesia, de la necesidad de las ganancias extraordinarias para el capital concentrado, a fin de promover las famosas “inversiones externas”, las que obviamente requieren “seguridad jurídica”…

Junto a esto, también va quedando muy en claro qué sectores de nuestra sociedad intentan sostener ese statu quo, y se va conformando la divisoria de aguas con el otro sector, que busca el cambio cultural, social, político y económico.

No se trata, pues, solamente de una disputa entre dirigentes.

Se tratará, ni más ni menos, de una batalla que también deberemos librar los ciudadanos comunes: contra nuestros prejuicios, contra tantos años de desculturalización nacional, popular y solidaria.

Y contra tanto hijo de puta que aún anda suelto.


Fuente: http://enredandopalabras.blogspot.com

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