Entendemos la promoción de la ciudadanía plena como una política de consolidación de la democracia en el sentido de profundizar la ciudadanía en lo referido a sus aspectos civiles y políticos pero también sociales y económicos. En sociedades atravesadas por el drama de la pobreza y del desempleo trasgeneracional, la reconstitución de la ciudadanía supone, entonces, recuperar al mismo tiempo recursos materiales y simbólicos.

Por eso las políticas de reconstrucción de ciudadanía plena no son solamente planes sociales o políticas de ingreso o de seguridad alimentaria. Deben ser políticas de reconstitución de redes simbólicas comunitarias que vuelvan a insertar a los excluidos del sistema en un entramado social que les permita dialogar con el otro, reconocerse, constituir su identidad a partir del encuentro y proyectarse hacia el futuro como parte de un colectivo.

La reconstrucción de la ciudadanía plena implica la construcción de una nueva esfera pública donde los individuos se conviertan en ciudadanos y ciudadanas plenos capaces de ejercer sus derechos y sus obligaciones.  Donde la responsabilidad moral deje de estar en suspenso y donde las relaciones de poder, la estructura del estado, de la justicia y las organizaciones de la sociedad civil se democraticen.

Trabajar para el desarrollo de la plena ciudadanía es trabajar por la expansión de la libertad de escoger y de actuar. Significa aumentar la autoridad y el poder de los y las habitantes sobre los recursos y las decisiones que afectan a su vida.

En este sentido es que se vuelve prioritario fomentar las prácticas que buscan impulsar alternativas innovadoras en las relaciones entre el gobierno y la sociedad. La participación en la cosa pública es la dinámica que puede empujar la profundización y extensión del acuerdo democrático y de la condición ciudadana, una forma de generar compromiso y pertenencia.  Ese sentimiento de pertenencia se funda en lo compartido, en la vivencia del quehacer social como producto de la participación de las ciudadanas y los ciudadanos. Hay que buscar puentes, puntos de encuentro. Hay que hacerlo planteando un espacio amable de convivencia, de diálogo, facilitando los procesos, reconociendo el peso de las tradiciones y apostando fuertemente a la innovación. No hay que tener miedo de buscar soluciones no convencionales para problemas convencionales.